La amo con locura, pero eso no evita que siempre me rechace. Yo insisto e insisto, ya sabéis que no soy de rendirme, pero parece que no quiere que mi vida sea con ella.
Creo que puedo decir sin equivocarme que la quiero desde que nos conocemos. Vale, puede que alguna vez haya renegado un poco, puede. Puede que fuese ese puntito de rebeldía adolescente, puede. Pero lo cierto, es que no me visualizo viviendo sin ella, no entiendo mi futuro lejos de ella, no lo veo.
Una vez más me ha dicho que me vaya, y una vez más, cansado de aguantar, voy a darla su tiempo, a esperar que me eche de menos aunque no sepa si alguna vez lo hizo o sólo me echa siempre de más.
Así que me voy, ¡ahí la dejo!
Estoy seguro de que volveré a rondarla, en algún momento volveré a insistir, volveré a intentar que mi vida esté ligada a la suya, o que al menos sea a su vera. Ya sabéis: no soy de rendirme. Volveré, pero de momento la dejo para otros mejores que yo, otros que la llenen más, o que la entiendan, o que sepan adaptarse a ella mejor de lo que yo he sabido.
¡Ahí la dejo! ¡Ahí os la dejo! Ahí la tenéis vosotros que sois mejores. No es que yo no la quiera, la quiero y la querré siempre, pero no la quiero a cualquier precio y yo también necesito sentirme querido, útil, necesitado ¿y quién no?
Así que adiós. O mejor aún: hasta luego Tierruca; y no adiós.