Querido diario:
Llevo un tiempo en casa de mis padres. No es la primera vez, pero sí que la que más se está alargando.
Me veía especialmente mal y no me podía hacer cargo ni de las cosas mínimas. Me costaba horrores levantarme a comer algo y no hablemos de poner el lavaplatos o la lavadora. No soy ni media persona…
Estoy deseando que esto acabe. No me entiendas mal, estoy muy agradecido por tenerles y porque me acojan, no tienen obligación ninguna. El sentirse dependiente es muy duro para alguien que ha intentado siempre vivir por su cuenta y a su modo.
Además sé que tengo todo su apoyo en temas logísticos, pero son incompetentes en el plano emocional. Sé que me quieren y sufren viéndome pasarlo mal, pero no saben hacerlo, tienen unas limitaciones impuestas por la educación que recibieron, por su bagaje y por muchas otras cosas. Sin embargo, siendo quienes son, tienes otras expectativas. Probablemente yo tampoco he sido nunca el hijo que esperaban.
Hay días que me hace más mal que bien estar aquí, pero tampoco puedo estar sólo.
No sé cuándo ha sido la última vez que he recibido un abrazo o que he oído un “te quiero”, ni de ellos ni de nadie.
A veces creo que sienten que son ellos los que me están sufriendo, no yo el que lleva años padeciendo una enfermedad terrible.
Sí que es cierto que ellos tardaron en empezar a asimilar esto. Creo que empezaron a asumirlo cuando me reventaron los riñones y estuve orinando sangre y coagulos durante una semana, y la única respuesta que me supieron dar los médicos era que se me habían inflamado ambos riñones y uréteres, pero que no era por ningún motivo habitual, pese a lo cual no veían relación con que tuviera otros órganos inflamados por motivos desconocidos.
Creo que ese día fue el que se dieron cuenta de lo enfermo que estaba y de la batalla constante que tenía con los médicos.