Querido diario:
Hay un problema con la sociedad. Bueno, hay muchos, pero uno en especial que me ha llamado la atención. Si lo miras caso por caso lo ves como una rareza, un descuido, cualquier cosa con justificación, pero al verlo en conjunto la cosa cambia. Lo he visto demasiadas veces:
Estar hablando con Pedro y al contarle algo decirme: “calla calla, no me hables de eso”.
O cuando podía aún salir, quedar un rato con Laura y que me cuente el drama por el cual tiene un nuevo ex, pero ni me pregunte como estoy sabiendo que he hecho un esfuerzo por quedar con ella.
O Juan en una situación similar me hable del próximo viaje que tiene y lo que le preocupa tener el pasaporte a tiempo, mientras evita hablar de mi estado de salud.
O María, Pablo, José, Lucía, Manuel… que te escriban por WhatsApp un “¿cómo estás?” y tras resumirles en dos frases lo mal que estás (porque estás mal, no hay forma de decorarlo) los grillos canten “cri, cri” en ese chat, hasta que tú les felicites el cumpleaños o algo así.
La gente, aunque sabe que estas mal, no quiere hablar de que estás mal, no quiere enterarse, prefiere poder decir “no sabía nada”, “yo daba por hecho que ya estarías bien”, “pues no me suena que me contestases”. ¡Mira el puto chat, cabrón! Que está escrito, no necesitas tener memoria para eso y el que la tiene chunga soy yo, jeje.
Eso sí, a pesar de no estar ahí, de no ayudarte una mierda, no mostrar el mínimo apoyo, hacen el ridículo poniendo estados en redes por la salud mental, o en contra del suicidio, o por ese niño o esa cantante tan enfermos, o… patatas. Pero no intentes explicarles que ambas cosas a la vez es un poco hipócrita, porque se enfadarán. No quieren saberlo, ni tener que mirarse y hacer introspección ¡con lo sana que es!
Como digo, no es algo puntual, es algo común que observo en mi entorno. Aunque ojalá fuese sólo cosa mía, por lo que sé es muy frecuente en procesos largos de enfermedad y es terrible no preocuparnos de los cercanos y calmarnos con estados.