Cómo ser feliz en el trabajo y en la vida

Actualmente vivimos en un mundo que corre raudo y veloz hacia ninguna parte. Cada uno tiene su experiencia que le lleva por su propio camino pero ese camino debería, cuanto menos, ser un camino feliz.

Me preocupa mucho que en las últimas semanas varias personas se hayan sorprendido porque ante su pregunta de «¿qué tal?» les haya contestado con un «muy feliz», acompañado de una gran sonrisa y de ningún «pero».

No soy psicólogo, ni coach, ni creo estar en posesión de la verdad universal. Sin embargo, supongo que en base a mi experiencia, he llegado en mi camino a un punto en el que me veo capaz de decir que soy y estoy feliz sin ruborizarme y es gracias a un truco que aprendí trabajando y que tiene una «fácil» aplicación a cualquier faceta de la vida.

Photo by Josh Felise

Vivimos rodeados de lo que algunos llaman «pornografía del éxito«.

Todos publicamos nuestros aciertos, las metas que hemos logrado, publicitamos los grandes momentos sin ningún tipo de pudor.

¿Quién no tiene en Facebook o Instagram a quien publica fotos de ensueño con su pareja? Aunque cambie de pareja cada mes.

¿Quién no sigue en Twitter o LinkedIn a alguna empresa o emprendedor que cuenta incesantemente cada pasito exitoso? Y puede que para ese bueno haya dado antes mil traspiés.

Es más difícil, sin embargo, ver a gente contando que ha fallado, que las cosas no han salido bien, o al menos no tan bien como cabía esperaba. Que no se ha hecho cima.

Esto no es una denuncia, es normal cuando se quiere parecer cool o vender. Es como con el chiste de aquel que tenía un caballo genial: le hacía el desayuno, llevaba los niños al cole, limpiaba, … Cuando por fin lo vende, el comprador le dice que todo eso no era verdad, que el caballo no hace nada más que comer y tirarse pedos, con lo que el vendedor le responde: tú sigue hablando así del caballo y verás a quién se lo vendes.

Sabiendo que es lo habitual, que la gente intenta vender, todos deberíamos ser conscientes de que no siempre lo que se cuenta representa del todo la realidad, de que tal vez esa llegada a la cima tenga algo de artificial. Sabiendo esto no deberíamos de fijarnos en sus éxitos a la hora de poner nuestras metas. No deberíamos esperar que como a ellos «todo nos salga genial», o precisamente que como a ellos «todo nos salga genial» sin ser así del todo.

Photo by Alexander Mils instagram.com/alexandermils

Y de esperar va el asunto, porque la mayor fuente de frustración e infelicidad que me he encontrado siempre en el desarrollo de proyectos, es una mala gestión de las expectativas.

Las expectativas son algo muy de cada uno, por eso es importante verbalizarlas al comienzo de los trabajos, para que todo el mundo espere los mismos resultados. Una cosa es comenzar a andar hacia arriba y otra esperar llegar al refugio con chimenea, al lago que queda a mitad de camino o a la cima.

Además, las expectativas son cambiantes. Cuando comenzamos a subir una montaña no sabemos si el tiempo cambiará, si nos torceremos un tobillo o si nos encontraremos un río que seremos incapaces de cruzar. Por esto es muy importante que ante cualquier eventualidad actualicemos las expectativas que tienen todos los implicados.

Y así con todo, las expectativas no siempre se cumplen pues cuando las establecemos y las actualizamos tendemos a ser ambiciosos, a buscar el máximo de lo que nos gustaría conseguir, por lo que no es nada malo dividirlas entre dos para tener una meta intermedia, un hito en el camino para que si sólo hemos llegado hasta él no nos sintamos tan frustrados y nos demos cuenta de que realmente hemos tenido éxito.

Photo by Jared Erondu

Gestionar las expectativas es algo que he ido aprendiendo proyecto tras proyecto, cliente tras cliente y equipo tras equipo. Unas veces ha salido mejor que otras y aún a día de hoy sigo aprendiendo matices y mejorando poco a poco. Pero es algo que tiene una aplicación sencilla en el día a día, ya sea cuando vamos a practicar un deporte, cuando conocemos a gente o cuando organizamos un cumpleaños sorpresa.

Aun así, tal vez no sea infalible. Hay quien dice que el propio hecho de «ser feliz» es una meta, y que a lo mejor nos deberíamos preocupar de estar bien, de ser un poco más felices… pero en cualquier caso, una buena gestión de las expectativas en el trabajo y en la vida nos hará más felices a nosotros y a todos los que nos rodean.