El marido de Lara trabajaba en una fábrica de harinas, ella en una de curtidos. Sin embargo, en cuanto se descubrió el Zinc, Vitor dejó su empleo para ir a cavar a la mina, en la que todavía se podían conseguir buenos salarios porque había que abrirla.
Pronto llegarían mineros de todas las direcciones: Bilbao, Burgos, León, Oviedo… Una nueva mina atraía a mucha gente que buscaba mejorar aunque fuese un poco con respecto a su situación previa.
Pero por el momento, estaban los lugareños, había que empezar a cavar y hacer prospecciones para ver cuánto Zinc se podía llegar a obtener.
Un aciago día, mientras Lara trabajaba, un rumor empezó a expandirse como la pólvora por toda Torrelavega. Los mineros se habían quedado sepultados. Es uno de los riesgos que tiene el trabajo, todos lo saben, pero nadie piensa que le va a pasar a él.
En cuanto pudo, Lara se acercó a la mina pero las noticias eran muy agoreras, de momento los cuerpos que habían sacado estaban sin vida, pero aún no se sabía nada de Vitor.
Lloró y esperó, desesperó y lloró, hasta que por fin sacaron al último. Era Vitor, que dejaba viuda con un bebé en camino, quizá otra nueva Lara.
